viernes, 1 de diciembre de 2006
Renacer
Mirada en la sabana, ojos perdidos en el extenso verde al romper azul púrpura el atardecer africano. Buscar (quizás encontrar) algún vestigio de los antepasados, aquellos que tan pronto se fueron, dejando el poblado atrás, el cuerpo inmóvil bajo una acacia o su piel en las fauces del terrible enemigo al que todos temen enfrentarse. Simba, rey dominante, de lo que se mueve o lo que se arrastra, verdugo instintivo, demonio de la noche, del que todos huyen, símbolo de la hombría de mi pueblo, orgullo del niño guerrero cazador, llanto de mi hermano muerto.
No existe la pena para un morani, aquella que siente tu corazón cuando algo muere, no existe el llanto ni la lagrima solo el olvido, el que todo lo borra como si nunca antes hubiera existido.
Volver a la mañata con las cabezas bajas, muy callados, importando el silencio a los que esperan, no hace falta decir nada, ni pronunciar su nombre, el callar, la reserva, es símbolo de su ausencia, del vacío de su marcha, del abandono, y de la muerte. Le esperaban las flores, los festejos, una cabra para sacrificar, y ahora solo el olvido se adueña de él, un olvido que sé lo llevara hasta el desaparecer, su nombre no se oirá pronunciar más, sus ropas quemaran en una hoguera triste, y hasta desaparecerán tus fotos, aquellas que nos dejaron los buanas al pasar por aquí.
Mama Massai entro en la choza, sin una lagrima, la tradición no se lo permite. No volvió a salir, se quedo allí días y días, mientras todos nosotros, guerreros, ancianos, mujeres, y niños, seguimos viviendo, ya sabéis, pastorear, cuidar de los pobres campos, cocinar, hacer abalorios, descansar bajo los arboles y saltar, saltar y saltar.
Yo saltaba, saltaba aun más alto, intentando tocar con la coronilla la rama de la acacia, y reía, reía tanto, sintiendo una satisfacción por todo el cuerpo, como un cosquilleo mágico que me corría por él, era feliz, feliz de saltar hasta llegar a tocar la acacia, o la luna si fuera posible, todo un reto.
Saitoti lo hacia también delante de mí, compitiéndome, lo hacía bien, pero le faltaban palmos para llegar a mi altura, y jamás llegaría a tocarla. Los tanzanos sois más bajos, pense, aunque yo tampoco te llegare a tocar por más y más que salte.
Ya era un guerrero, había luchado contra el león, sintiéndome valiente tras su muerte y lo cargamos en nuestras espaldas hasta el poblado (su piel un abrigo ritual, su garra contra hechizos y el mal de ojo), pero sentí temor al enfrentarme, lo había esperado durante toda mi vida, me prepararon para desafiar al gigante y de pronto cuando estuve ante él y lo oí rugir un escalofrío recorrió mi espalda. Nos miramos por un momento, muy fijo a los ojos (eran más fieros de lo que creía), profundos, toda la creación viva en ellos, negros como la noche keniana, aquella que nos envolvía, tras el ocaso del Sol, ante la hoguera de nuestros antepasados, con su infinitud de titilantes estrellas, salvajes de instintiva ferocidad y yo ante aquel demonio empuñando mi lanza (y mis trece años recién estrenados) como un neófito a punto de su iniciación, si sucumbía moriría (seguro) entre las fauces furiosas del demonio rojo, sentiría sus garras penetrar mis carnes y mientras se desgarraban inundadas de sangre percibiría el postrer aliento escapándose de mi cuerpo; si lo vencía me transformaría en hombre, podría saltar todo el día y cantar cánticos rituales donde narrar el pasado de nuestro pueblo mi voz se escucharía con el peso de un guerrero vuelto triunfante de una gesta, podría explicar mi hazaña a todo el mundo, y por fin descansar tranquilo bajo alguna acacia envuelto en la embriagued del héroe; pero también debería proteger a mi pueblo, velar por su bienestar y seguridad.
Masai Mara esta es mi tierra, mi país, en ella me muevo, en él vivo y seguramente es donde habré de morir. Es verde todo el año, en verano, otoño e invierno, la primavera espectacular, brillante, llena de animales que corren por toda la sabana bebiendo en los charcos con los que la lluvia nos obsequia. Yo la miro con los ojos ausentes más allá del punto que no tiene sitio en esta tierra extensa que nunca se acaba, en que la mirada no encuentra nunca el fin, ni un momento de descanso para posarse sobre el horizonte. Cuantas veces pense en huir más allá de esta cultura anticuada y neolítica, a la tierra de donde vienen los señores, aquellos con sus trajes cremas y kakis, sus sombreros de alas y las cremas contra el sol, y sin embargo son cosas que se piensan así con la mirada perdida en la línea que no existe.
Ahora en mis manos esta mi realidad, un bastón en el cual me apoyo, no para soportar mi peso sino más bien para que me ayude a caminar en el mundo de la realidad, bajo el sol de invierno de la sabana africana. Tengo aquí todo lo que necesito para ser feliz, la tierra por la cual camino, las bayas de las que me alimento, el fuego que me calienta del frío de la noche, la lanza, el arco y el machete para defenderme, y mi manta a cuadros de color rojo intenso, como el color de mi sangre y la de Simba, ella me hace visible y alerta a cualquier animal de mi presencia, tengo mis saltos, mi risa, la compañía de otros guerreros, la sencillez y la simplicidad de mi vida (se que vosotros la envidiáis), sin embargo me faltas tu, muerto bajo las furiosas fauces del león, y aun que el rostro falte cortado en la foto que nos regalo la mensahip, sigues vivo en mi interior, te sigo recordando, pese a que las tradiciones lo prohiban y debiera haberte desterrado de mí.
Faltaste aquel día en que volvieron los guerreros en silencio y cabizbajos, sin mediar palabra, todos comprendimos desde entonces que deberíamos vivir sin ti. El diablo rojo se te llevo más allá de donde nace el sol, más aun de donde muere para volver a renacer y traer un día nuevo. Entonces por un momento pensé en ti, me turbo el dolor recorriéndome todo el cuerpo y repare si era posible volver a renacer, o simplemente extinguirse como lo hace el recuerdo con el tiempo.
Por eso contemplo la sabana queriendo abarcar la madre Africa con la mirada esperando encontrarte vivo y renacido.
A Esteban Limpo in memoria.
BCN. 25.Mayo.1999
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